miércoles, 12 de abril de 2017

Tania y la hormiga (dedicado- ficciones no tan mínimas)

Era bella hasta doler mirarla, pero no era ni su piel, ni sus ojos, ni su cabello; era su boca, pero no por los labios, sino por las ideas incendiarias que flotaban desde su lengua y emanaban de ese espacio carmín. No podía ser diferente, si ese era el color de su sangre, del corazón que le palpita en el pecho, el color de sus convicciones, nacidas antes de los 20s, continuadas después de los 30s, porque eso son las convicciones, tan constantes y verdaderas como el tipo de sangre, como las huellas digitales. Si te escogiera un nombre yo te llamaría Tania, como el Ché llamaba a la mujer que amaba. No porque tu nombre no sea bello, sino porque quiero que sea sólo para nosotros, este nosotros donde yo te quiero sin tener la certeza de que tú me quieres.
Un día Tania notó que una hormiga la seguía, no supo por cuanto tiempo atrás, pero una tarde se la hicieron notar, se aparecía en cada rincón, en la pared, en la ventana. Había muchas hipótesis calladas, alguna vez Tania incluso juró haberla visto rondar su cama, pero igual decidió que no era tan importante. “No debe de ser nada, seguro hay miles y sólo no las hemos visto a todas”, repetía una y otra vez como si fuese un mantra. Tania estaba siendo vigilada, lo sabía pero hacía como que lo ignoraba ¿Cómo no notar su presencia negra, rondando y girando al rededor suyo, igual que los planetas giran inevitablemente al rededor del sol? La pobre hormiga tenía instrucciones, y debía seguirlas.
Pasaron las horas, los días y las semanas, Tania ya no podía ignorar la proximidad peligrosa de la hormiga, sólo le faltaba sentir su mordida. No tenía miedo, una mujer como ella, con tanto valor, con tanta convicción, no podía conocer el miedo a las hormigas. Se dispuso a vivir con ella como su sombra, su compañera de jornada, un día estuvo tentada a convidarle un sorbo de agua. La hormiga estaba enamorada de ella, de tan dulce que era, mi compañera, guerrillera.
Un día finalmente la hormiga no pudo más, se acercó una tarde soleada, cuando Tania se recogió el cabello para combatir el calor, llevaba una blusa verde, como el color de las hojas, como el color de los uniformes militares. Sintió tantas ganas de morderla, como si se tratara de algo y no de alguien. Le susurró al oído:
-Todos estamos desnudos bajo la ropa, y bajo las carnes y bajo los huesos, crea usted o no en el cielo debería creer en el alma, porque yo estoy enamorado de su alma, y esa es mi perdición.
Tania no pudo contenerse, quiso ver los ojos de la hormiga, sabía que era el momento de la mordida, no tenía miedo, y no quería morir cobardemente, necesitaba que la mirara a los ojos, porque iba a morder a una mujer real y completa. Estaba a punto de matar a una guerrillera, debía hacerlo como un hombre, y no como una hormiga.
La hormiga se paralizó, quiso, intentó, no pudo, suplicó:
-Espera, aún no puedo, permíteme esperar despiertos para besar el sol, hablando hasta que el tiempo nos alcance en el momento presente.
-Eres diferente, pero eso sólo te convierte en alguien peor.
Tania se acercó mucho, la hormiga deseaba un beso rojo, verdadero. Se escuchó un gemido ahogado, Tania apuñalaba a esa hormiga, la mordió antes de ser mordida, la hormiga quería saber la razón, Tania citó a Cortázar de memoria:
“Porque, sin buscarte te ando encontrando por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos” .

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