martes, 11 de abril de 2017

Besos hormiga (ficciones no tan mínimas, no aptas para todo público)

Casi puedo escucharla, se aproxima peligrosamente a mi pierna, sus patas ansiosas van a toda velocidad. ¿Cómo llega una hormiga a mi piel? La distancia inconmensurable que debe recorrer, desde el hormiguero hasta la mesa junto a mi cama, donde paso la mayor cantidad de tiempo, esclavizando el que debería ser “libre”. Siempre hay algo que me tiene sujeta a esto, como un grillete inalámbrico. Y la hormiga debe caminar tanto, recorrer tierra, árboles, canastas, bolsas, elevadores, escaleras... qué se yo de su trajín antes de cruzar mi puerta.
Contempla un segundo mis pies, parece que le gustan, mis dedos de uñas recién pintadas mira hacia arriba y se emociona, traigo un vestido, y esa es la promesa de más carne para morder; yo tengo calor, no elegí el vestido en función de esa hormiga. La siento deslizarse por mi tobillo, se detiene un segundo en la espinilla y siente las evidencias de mi fractura adolescente, no es perceptible a la vista, pero sí al tacto, y decide que ese recordatorio merece un beso, no por recordar una herida, sino por celebrar que cicatrizó.
Continua viajando sin prisa por mis piernas, mis rodillas también tienen cicatrices, las caídas de la infancia y la adolescencia, esas que no me atrevía a llorar, por mi terca necesidad de parecer más fuerte de lo que era, de lo que siempre he sido, de lo que soy. Decide besar esa marca que parece un sol, o un girasol, o quizás un geranio, o cualquiera de aquellas flores que jamás llegaron, de ahí que me de risa la cicatriz, y sonrío con las cosquillas que el beso tan pequeño me provoca.
Sube por mis muslos, en ellos no encuentra cicatrices, pero sí marcas, ve la celulitis que desde muy joven los decoran. Se fascina con las dimensiones, la cantidad de carne y la proximidad que guardan con mis nalgas, y en ese segundo me doy cuenta de que ya no se trata sólo de una hormiga, sino de todo el hormiguero, recorriéndome, mapeándome como si debieran habitarme de inmediato, las siento recorrer mi vientre, con estrías hasta el ombligo, y rodearlo con esmero, saben que esa cicatriz la tenemos todos, y es la cicatriz que nos recuerda que estamos vivos, que venimos del mismo lugar, que somos polvo de estrellas, y en cada ombligo habita un universo, y lo besan, como rendiéndole tributo a la energía primera.
Recorren mi cintura y la dimensionan, siempre pienso que ella no existe, que en su lugar sobra algo, pero esas hormigas me estrujan, y delinean mi tronco como lo harían con un árbol. Y me doy cuenta de que nada sobra, mi cintura está ahí, ceñida a mis costillas, y el resto de la piel es parte de mi también, y me besan los bordes y los pliegues, y me retuerzo cuando se les ocurre morderme la espalda, corren frenéticamente hacia mi cuello, y lo hacen presa de sus apetitos, mis hombros se rinden, y les dan paso hacia mis brazos, mis manos, y ellas las conducen hacia mi pecho, bajan sin prisa hacia mis senos, llegan a ellos con pausas, con delicadeza, los acarician, los rodean, llegan a los pezones como quien llega a la cereza de un pastel, los beben dulcemente, los convierten en objeto de culto, no los vuelven a soltar, y al mismo tiempo cuidan no tratarlos como algo que se amaza.
Bajan de nuevo por mi vientre y llegan a mi sexo, incluso podrían encontrarlo sin ver, por el aroma que las guía hacia mis mieles, dudan un segundo, la temperatura les asusta, pero no se pueden contener, comienzan a deslizarse por mis labios, gozan la humedad que sus cosquillas siguen provocando en el resto de mi cuerpo, y me muerden por todos lados, otras me besan, otras me caminan, otras me beben, y las de mi sexo comienzan a comerme, y me devoran, hasta que yo dejo de ser yo, y me convierto en una de ellas, y siento el palpitar en todos mis órganos, el oxígeno que viaja, la energía que se acumula y estalla, convirtiéndome de nuevo, en polvo de estrellas.


No hay comentarios:

Deseo imposible (Ficciones mínimas)

Llama, por favor...