viernes, 23 de junio de 2023

Ritual (Ficciones mínimas)

Instintivamente el cuerpo busca placer, recurre a recuerdos, a la imaginación. El placer nace muchas veces primero en la mente y de ahí pasa a la piel, suele detonarse con diferentes estímulos, pero en algunos casos requiere de sus propios rituales. En mi caso me gusta dedicarle tiempo, la luz adecuada la música, si es posible incluso el olor. Comienzo siempre por mis manos, recorriendo la piel con las yemas, activando una mezcla entre sonidos, sensaciones, palabras clavadas en mi cerebro, algunas que han ocurrido, otras mera fantasía, recorro mi cuello, bajo a mis senos y dedico tiempo a mis pezones, todo el que me gustaría que les dedicaran. Me imagino los besos, los susurros, la nariz que baja por mi vientre, los labios que besan mi ombligo, mientras aquellas manos se afianzan de mis caderas. Yo de piernas abiertas y mi sexo húmedo, mis dedos acariciando mi clítoris, deseando otras manos, otra boca, una lengua; siento como mi piel se eriza y recuerdo aquellas palabras que sabían llevarme al límite. Es entonces que me penetro imaginando aquel cuerpo, su piel morena, la sensación lúbrica y ansiosa, las ganas que nos mordían, las cosas que siempre he querido hacer pero que nunca he hecho; puedo sentir el aliento que se aproxima al nirvana en cada gemido, me muevo y me retuerzo, cambio de posición sin abandonar el placer de mi sexo, acaricio uno de mis pechos y luego el otro, me vuelvo una amazona cuyo cuerpo latiga de placer, siento y me vuelvo piel, dejo de ser yo para ser un cuerpo caliente y deseoso, deseado, deseable y a punto de venirme. Vuelve aquella voz en tono cachondo a decirme lo que me gusta, a pedirme lo que quiero que me pida y ahí la siento, esa cosquilla que me recorre y se acumula, y viaje de todas las partes de mi cuerpo hasta agolparse en mi sexo, mientras aprieta y se contrae, explotando para que la energía vaya de vuelta de mi sexo hasta cada poro de mi cuerpo. Imagino el cuerpo que compartió el Nirvana conmigo, un beso, la caricia en la espalda. Y luego llega el vacío al que engaño con el cansancio de la muerte chiquita, para intentar cerrar los ojos y olvidar todo, menos la sensación de ser polvo de estrellas.

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